Aunque Dean la consideraba una niña, despertó en Robina emociones hasta ahora desconocidas para ella.

- Es un hombre de mundo – había dicho la madre de Robina, así que cuando ésta tuvo que enfrentarse a Dean Mornay, quien tenía una hipoteca sobre su querida casa según Robina descubrió, e intentaba abrir un juicio si no pagaban la deuda, se disfrazó de muchacho. Estaba dispuesta a hacer cualquier cosa, para que ella y sus hermanos pudieran quedarse con la granja de cítricos que había sido su hogar.

Pero Dean no era fácil de engañar y Robina, al disfrazarse, solo confirmó la opinión que él tenía de ella: que era una chica inmadura. Lo último que quería Robina, a pesar de saber de las relaciones que Dean sostenía con la frívola Clarissa, era que él la considerara una niña.