Por primera vez en su vida errante, Maggie Castle tenía una casa de verdad. Era como un sueño hecho realidad: una mansión victoriana con suelos de madera, paredes forradas y chimeneas acogedoras. Y para aumentar su atractivo, la casa tenía un inquilino incluido...

Christopher Durand era inteligente, sexy, divertido e increíblemente brillante, el hombre más impresionante que Maggie había conocido en su vida. Sólo había un problema en su relación: Christopher llevaba más de ochenta años muerto.