Roman Blaylock había conseguido que las mujeres desistieran en el intento de conquistarlo, y así era como él quería que fueran las cosas. Pero una promesa hecha en el lecho de muerte iba a enfrentarlo a la única mujer que le hacía anhelar una familia propia. La única mujer a la que nunca podría poseer.

A menos que convenciera a la temperamental Kallista de que el hombre del que más sospechaba era la única persona en quien podía confiar.