Helen Sanghurst estaba desesperada. Su padre se había suicidado, dejándola en la más absoluta de las miserias ya que, antes de morir, se había jugado el dinero de su herencia.

Dadas las circunstancias, fue un alivio descubrir que al menos tenía un tutor, aunque para reunirse con él debiera viajar desde Londres a Escocia. Necesitaba un poco de paz, así que no le importó tener que hacer el viaje sola, pero los traslados en coches públicos de viajeros eran arriesgados y Helen se sintió secretamente agradecida por la protección que le ofreció el capitán Duncan Blair, quien también viajaba hacia el norte. Pero eso no quería decir que pensase revelarle su identidad a un extraño, por muy atractivo que fuese...