Janice Jennings no estaba dispuesta consentir que nadie volviera a tratarla como si fuera un objeto decorativo. De modo que decidió disfrazarse, y se puso una ropa muy amplia y unas gafas muy gruesas, creyendo que, si ocultaba su belleza, sabría con certeza que los hombres que se acercaban a ella serían capaces de valorar otras cualidades. Y, durante un tiempo, el camuflaje funcionó. Ningún hombre miró bajo la superficie para descubrir a la mujer que había dentro... hasta que apareció el señor Sinclair.

Taylor Sinclair era sofisticado, sexy e irresistible. Janice estaba segura de que había salido con un buen número de bellezas, y roto algunos corazones. Sin embargo, y a pesar de su aspecto, quería besarla y abrazarla a ella. En teoría, eso era lo que Janice había estado buscando, pero, aunque ni ella misma pudiera entenderlo, algo le impedía entregar sin condiciones su maltrecho corazón.