Megan McGuire estaba desesperada el día que Sam Blake apareció en su bar. El negocio marcaba números rojos y, para colmo, llegaba aquel desconocido a distraerla...

Bastante duro resultaba ya calcular sus presupuestos como para hacerlo con los fascinantes ojos azules de aquel forastero clavados en ella.

También era difícil concentrarse a la vez que imaginaba aquellos labios sensuales sobre los suyos: sobre todo, cuando solo una estrecha barra la separaba de su cuerpo.