A Deborah no le agradaba la noticia de que James Beaumont hubiera regresado a su hogar de Yorkshire. Era más alto de lo que recordaba y en sus ojos brillaba una ternura que nunca había visto. Pero aún conservaba la irritante habilidad de avergonzarla.

Para ella era importante que la viera como una mujer madura y centrada, y no como a la rebelde adolescente en cuya vida él se había entrometido en el pasado.

Por un motivo que Deborah se negaba a reconocer, quería que James la considerara como una mujer.