El arqueólogo Dominic Seeger se ganaba la vida buscando restos arqueológicos en las oscuras ciénagas. Ninguna mujer presumida de la ciudad parecía apropiada para permanecer a su lado. Ya había podido apreciar directamente lo que una mujer era capaz de hacer con los sueños de un hombre. Y no era nada alentador para alguien como él. Sentía impaciencia por demostrar a la delicada Alicia Bernard las dificultades que presentaba la dura vida en la isla…

Alicia medía escasamente un metro cincuenta, pero no iba a dejarse intimidar por aquel hombre obstinado y viril de más de metro ochenta de estatura. Si él pensaba que lograría apartarla de las excavaciones, ella lo iba a sorprender. Porque eso era justamente lo que Alicia haría: excavar hasta encontrar el corazón de oro que se escondía debajo de ese torso duro y atlético.