La primera vez que Evan Claymore la vio, Anna estaba acostada en una cama de hospital, totalmente vendada. El sólo pudo mirarla a los ojos, pero eso bastó para cautivarlo.

Ningún hombre había contemplado así a Anna Harrison. Sin embargo, ella no era tonta y sabía que, cuando le quitaran las vendas y su rostro desfigurado quedara al descubierto, todo cambiaría y volvería a quedarse sola.

Pero, justo cuando el trato amable de Evan le hizo creer que los milagros tal vez sí existieran, todas las ilusiones de la joven se desplomaron. Anna descubrió que el único hombre que le había demostrado cierto afecto era también el único hombre a quien ella debía odiar.