Cuando el oficial de policía solicitó de Hannah su colaboración, ella debía haberse negado. Pero el oficial era guapísimo y ella tenía un sentido del deber muy acusado que le impedía desentenderse. Además, probablemente, nunca volvería a ver a ese hombre.

Pero cuando quiso darse cuenta, Max se había metido en su vida. Era el amigo preferido de su hijo, había pintado una habitación de rojo y le decía que quería irse a vivir a su casa. Hannah se asustó. Ella ya tenía su hijo, su casa, sus amigos, y lo que menos necesitaba era un extraño en su vida.