Después de dos años devorando novelas policíacas y trabajando como cocinera en el pequeño hotel de Muscatoon, Jeannie MacPherson se dio cuenta de que las vacaciones que se había tomado como copropietaria de un gran emporio de helados, habían perdido su encanto. En aquellas circunstancias, ¿cómo podía pasar por alto la llegada de Matthew Connelly a la isla?

La extraña conducta del recién llegado provocó la curiosidad de Jeannie y su dolorosa cojera la movió a compasión. Evidentemente, Mathew necesitaba un amigo, y la única persona que vivía en aquella parte de la isla era ella. Jeannie le ofreció su ayuda sin plantearse si era prudente su decisión y sin pensar en las razones que habían impulsado a Mathew a elegir aquel destino solitario. Pero ella sabía que lo que peligraba no era su vida, sino su corazón.